Hay historias inspiradoras, hermosas, que dignifican nuestra especie y nos demuestran de que somos capaces gracias a nuestra perseverancia. Cursaba mi primer año de carrera cuando escuché por primera vez una de esas historias, narrada por mi apasionado profesor de Física I.
En 1961 el matemático Michael Minotvich se unió a la NASA como interno. En su tiempo libre Michael corría en las supercomputadoras de la NASA un algoritmo que escribió para solucionar con éxito un enigma matemático de 300 años de antigüedad llamado el “problema de los 3 cuerpos”. El propio Isaac Newton había fallado en resolverlo.
Nadie notó lo que Michael había logrado. De hecho en lugar de una celebración, Michael perdió el tiempo que tenía asignado en la supercomputadora. ¿Cuál fue su reacción?
Se aferró al poder de la perseverancia. De forma obstinada dibujó cientos de gráfico a mano usando su algoritmo, escuadra y compás, para trazar posibles trayectorias de vuelo a través de nuestro sistema solar. Sin embargo, a nadie le importó.
Tres años después, Gary Flandria, otro interno que había visto los dibujos de Michael notó algo que todos habían obviado en un golpe de serendipia. En 12 años nuestro sistema solar se alinearía de una forma que haría posible un viaje a través del mismo con la tecnología de la época. Si está ventana de tiempo pasaba la humanidad debería esperar otros 175 años.
Unos años más adelante, de forma tardía, la NASA por fin tomó conciencia de la magnitud del trabajo de Michael. Y rápidamente comenzaron a planear un “Grand Tour” a través de nuestro sistema solar. Pero este no es el fin de nuestra historia.
Al Congreso de los Estados Unidos no le cerró por completo la idea del “Grand Tour” espacial. De hecho, inmediatamente respondió cortando una amplia porción de los fondos de la NASA, dejando sólo el presupuesto justo para visitar un par de planetas en cinco años. Solo Júpiter y Saturno. Ningún otro.
Los ingenieros de la NASA no se resignaron. Se aferraron una vez más a la perseverancia. No se quedarían solo con dos planetas teniendo la oportunidad de recorrer todo el sistema solar. Secretamente, y sin permisos, siguieron planeando su “Grand Tour”.
Para hacer su sueño realidad y sin salirse del presupuesto, los cohetes que lanzarían las sondas espaciales Voyager 1 y Voyager 2 tendrían en total una potencia de cómputo equivalente a la de una alarma de un auto moderno. Y mucha de la protección de las sondas se construyó con papel aluminio común. ¡Y lo lograron!
Como especie fuimos capaces de volar a través de lunas y planetas. Vinos de cerca los anillos de Saturno. Pasamos por encima de océanos congelados y presenciamos un huracán tan grande que podría contener múltiples planetas Tierra adentro. Fuimos testigos de rayos del tamaño de nuestros continentes. Vimos volcanes y géisers que hacen de los nuestros miniaturas. Pasamos tan cerca de las nubes de Neptuno que los científicos temieron que la nave se perdiera en su atmósfera.
El 14 de febrero de 1990, siguiendo una sugerencia de Carl Sagan, la sonda espacial Voyager 1 tomó una fotografía de la Tierra desde unos 6.050 millones de kilómetros de distancia. Esa imagen, en la que nuestro planeta aparece como un pequeño punto de luz, inspiró a Sagan su libro ‘Un punto azul pálido’ y se convirtió rápidamente en una de las imágenes más emblemáticas e influyentes de la historia de la ciencia.
Desde entonces el Voyager I ha seguido surcando el espacio, hasta que un día que nadie celebró de Agosto del 2012, pasados más de 30 años de la fecha de vencimiento del papel de aluminio que lo envolvía, volando en una trayectoria dibujada a mano por un ignorado interno, se convirtió en el primer objeto humano que salió del sistema solar. Rumbo a la inmensidad del espacio.
Pocas personas lo celebraron. No hubo testigos. Y, extrañamente, nadie se llevó el crédito.
Este gran hito no se hubiese alcanzado de no ser por la audacia, la desobediencia y la perseverancia de un puñado de soñadores obstinados.
Aún hoy, la sonda recibe comandos y envía datos. Se encuentra a unos 19.540 millones de kilómetros de distancia (esto es, unas 130 veces más lejos de la Tierra que el Sol), viajando a una velocidad de 61.000 kilómetros por hora. Y se espera que siga funcionando hasta el año 2025, cuando sus generadores termoeléctricos no sean ya capaces de suministrar más energía para ninguno de sus instrumentos.
Esta hermosa historia humana nos habla del poder de nuestra perseverancia. No descartes tus ideas solo porque estén dibujadas a mano en un borrador. No esperes por ese permiso, esa aprobación, una ronda de aplausos o la gloria. Tardan demasiado en llegar.
En nuestra vida diaria, enfrentamos desafíos que pueden parecer abrumadores. Sin embargo, la historia de la Voyager 1 nos recuerda que con determinación y perseverancia, podemos lograr lo imposible. Ya sea en nuestras carreras, relaciones o sueños personales, debemos aferrarnos a nuestra visión y seguir adelante, incluso cuando nadie más crea en nosotros.
¡Siempre actúa! Mantente haciendo. Lucha por tus sueños. Aférrate a la perseverancia. Quién sabe cuánto tendrá que esperar la humanidad por otra oportunidad si no comienzas a hacerlo hoy mismo. Tu perseverancia podría ser la chispa que encienda el próximo gran hito de la humanidad.